lunes, 5 de marzo de 2007

Balcón


10 comentarios:

Anónimo dijo...

En su camino de casa al trabajo pasaba siempre por la misma calle. Acostumbraba a mirar los escaparates, distraídamente. Reconocía a los habituales de la calle a esas horas de la mañana. Seguía con interés los avances de las obras, y casi sentía cierta tristeza al despedirse de los operarios que las ejecutaban.

El balcón llevaba cerrado muchos años. Abandonadas habían quedado las pinzas, el trapo y la fregona.

Aquella mañana echó la vista al cielo. La mañana era luminosa, la atmósfera limpia. Y entonces lo vio. En el balcón, alguien había colocado una maceta.

L_Y_R dijo...

7 de la tarde.
Es el primer día que no se abren las puertas azules a las 7 en punto de la tarde.
El día que llegó a aquel piso decidió que lo primero que haría seria pintar la puerta de azul, le gustaba bajar la calle y antes de llegar a casa levantar la mirada y pensar que tras esa puerta estaba su cielo, su pequeño paraíso.
Siempre, cada día, desde hace 500 días ella abre esas puertas y juega con las pinzas de colores. Le gusta jugar a ordenarlas y desordenarlas. Y siempre, durante 500 días se ha preguntado si habrá una forma correcta de ordenar esos colores.
Pero hoy son las 7 de la tarde y las puertas azules no se han abierto.

Anónimo dijo...

Le gustaba sentarse en la acera del frente de aquel balcón... le gustaba mirarlo... sus puertas azules le llamaban la atención... cuántas historias debían existir ahi dentro... se imaginaba que cada una de esas pinzas que estaban ahi, era un momento que quien vivía ahi quería recordar, por eso eran de diferentes colores...

Siempre veía las puertas cerradas, talves eso la llevaba a ir cada tanto a sentarse un rato en frente y mirar hacia arriba, talves un día tuviera la suerte de verlas abiertas y que esas historias que se vivían dentro, decidieran asomarse.

Anónimo dijo...

7:30 de la mañana. Suena la primera alarma del despertador.
7:35, la segunda.
7:40, la tercera, es hora de levantarse.

Poco a poco va saliendo de debajo del edredón, enciende la radio y pone la misma canción de siempre, única para empezar bien el día. Mira por la ventana, nublado. Un día más, una mañana más.
Vuelve a mirar el reloj, 7:54. Ya llega tarde.

Abre el armario y coge cualquier cosa, al fin y al cabo tampoco va a hacer nada especial. Se lava los dientes, se peina, un poquito de colonia, coge su carpeta y sale corriendo de casa.

Pasa el día fuera. Una clase, un café, otra clase, otra más… El reloj va lento.

Hasta que por fin, la hora.
Sale con su carpeta y vuelve a coger el autobús. Se sienta y apoya la cabeza contra el cristal. Se dedica a mirar los coches.

Entonces el paisaje empieza a cambiar, y parece que todo de pronto tiene otro color. Ya llega a su destino… Su destino de cada día.

Baja del autobús y mira a su alrededor. Sí, todo sigue como ayer. Las vecinas hablan desde el balcón, el parque donde ella había jugado sigue lleno de niños, de la panadería sale ese olorcito a pan recién hecho, dos señoras que se saludan, suena la campana de la iglesia… Su pueblo, su casa, su vida.

Saca el móvil. Llama. “¿Sales un rato? quedamos donde siempre.”

Anónimo dijo...

Pentagrama triste de notas alicaídas
clave de sol nublado
bajo continuo de fondo hermética intimidad
fregona para salvar la cara
maceta para la esperanza.

Tornarán las notas a sus trinos
en peores escenarios ha cantado el ruiseñor.

Osiris dijo...

- Buenas noches señorita. ¿Podría usted bajar de ese balcón conmigo por favor?
- Buenas noches caballero. ¿No cree usted que va demasiado deprisa?
- Es probable, pero me temo que debo insistirle.
- Mi madre siempre me dijo que no hiciera caso a los desconocidos...
- ¿Y no cree que podría hacer una excepción? Sólo por esta vez, ya sabe...
- Yo siempre soy muy obediente, caballero.
- Está bien señorita: mellamo Luís, tengo 28 años y estoy deseando terminar el día y meterme en la cama.
- Es usted muy brusco. ¿No cree que debería empezar por el principio como siempre se ha hecho?
- No me apetece discutir: verá señorita, todo empezó cuando quise contradecir a mis padres, y no estudié para médico ni abogado. Pero a pesar de ello estudié y conseguí un trabajo de lo que yo quería: de bombero. Luego tras unos años, y permítame aquí ahcer un paréntesis, alguien llamó a emergencias porque algún lerdo se habrá dormido con un cigarro encendido; alertado acudí hasta aquí, encaramé una escalera a un balcón en llamas y ahor ale pido si sería usted tan amables de dejarme desalojarla. ¿Cree que ya nos hemos conocido lo suficiente para ello?
- Es usted todo un gentleman, Luís.
- Me dedico a ello señorita.
- Llámeme Marta
- Me dedico a ello, Marta.
- Oisch...

gem dijo...

La anciana a penas podía subir por la avenida en dirección a su casa. Llevaba dos bolsas de la compra a rebosar en cada mano. Intentaba acelerar el paso, pero acababa deteniéndose unos segundos a tomar aire.
Unas chispitas de lluvia empezaban a dibujarse sobre su chaquetilla de punto. Ella, con cara de concentración, continuaba esforzándose por acelerar el paso. Los surcos de su rostro reflejaban una dura vida, tal vez demasiado, pero sus ojos desprendían la fuerza de una mujer sin miedo. Sesenta años atrás, muchos hombres habían luchado por conquistar su cama y su corazón. A pesar de tener el poder de cambiar su destino en varias ocasiones, eligió el camino que le dictaba su alma y se casó con un ebanista. El día de su boda, él le regaló un pequeño joyero vacío que había hecho con sus manos: – Aunque nunca pueda comprarte joyas, te entrego este joyero lleno de lo más preciado y valioso que tengo por ser ya tuyo: mi corazón. –
La lluvia, impertinente, empezaba a tomar confianza y a teñir toda su ropa. Pero no le importaba. En su rostro, se dibujó una sonrisa de triunfo cuando llegó al portal de la que había sido su casa todo ese tiempo. Una mano temblorosa sacó un manojo de llaves y abrió la puerta. La lluvia siempre traía consigo un olor rancio que impregnaba todo el portal. Quedaban por delante dieciséis escalones, unos pasos y estaría en casa. Abrió la puerta del piso y el olor de sus gardenias le dio la bienvenida. Lentamente, dejó las bolsas en la cocina sin encender ninguna luz y se detuvo en el pasillo a tomar aire. No le gustaba encender las luces y ver la casa vacía. Prefería imaginar que él estaría en el salón, fumando su cigarro, como había hecho tantos años ¿de qué servía encender las luces para descubrir que estaba sola?
Solo el repicar de las gotas de lluvia invadía la casa. Le gustaba no tener que oír el silencio. Ese silencio que la hacía llorar. Hacía tiempo que no se sentía viva. A sus hijos los alejó esa vida que tenían por delante y el haber vivido y haber amado tanto se llevó a su marido.
Era la hora de la telenovela, pero hoy no encendería la televisión. Se acercó a la ventana y tomó en sus manos un viejo joyero de color oscuro. Jamás se había atrevido a abrirlo. Temía que el amor que él sentía por ella se escapara si abría la cajita. Apoyó su rostro sobre el dintel azul de las puertas del balconcito. – Tap, tap, tap, tap, tap… - La lluvia desdibujaba las formas del exterior, pero no lo suficiente para darse cuenta que se había dejado una toalla tendida. Cerró los ojos sintiendo la fría madera sobre su rostro e intentando recordar el momento en que él le dijo que pintaría las puertas de azul – Es injusto que ocultemos que aquí hay un pedacito de cielo. – Dijo sonriendo.
Con aquel recuerdo, la anciana se sentó en el sofá roto del comedor y se rindió a su cansancio.
Se durmió abrazada a su pequeño tesoro y a sus recuerdos, mientras la lluvia, incesante, le cantaba una nana.

Anónimo dijo...

Una calle, un destino, un pie detrás de otro. Una rendija tan ligeramente entreabierta, que no alcanzo a ver otra cosa que un pequeño y cotidiano misterio. ¿Qué busco yo allí? Veo ese balcón todos los días, me digo. Sigo adelante. Cuando me doy cuenta, ya no sé qué era todo aquello.

Y el caso es que ando y ando, y cruzo tantas miradas como puedo. Ojos de todos los tipos y colores. Tímidos, cabizbajos, atrevidos, irreflexivos, sumisos, llenos de deseo. Ojos llenos de miradas. En ninguno está lo que yo busco, pero ¿acaso sé lo que no estoy encontrando?

Sólo miro, y sigo mirando. Tu, que lanzas esa fugaz cuchillada, directa a mi retina, me dices mucho más que muchos con muchas palabras. Y esa otra mirada, tan cobarde, que me hace sentir en casa ajena, indeseable mi presencia. Pero sigo andando, y andando llegaré a alguna parte. Y allí echaré de menos estas miradas que me mandan a otros lugares, lejos de mi mirada y de mis propias verdades.

Algún día te la devolveré, toda junta, convertida en algo tan mío que no sea otra cosa que una gran lágrima, tan verdadera que te hará ver todo lo que soy yo, para siempre. Y serán mis ojos, tus ojos. Algún día, todo estará dicho.

Creo que a veces busco demasiado. Así que cierro los ojos, siento la corriente. Me gusta lo que veo.

Me doy cuenta de que buscando, nunca encuentro.

Joan Torres dijo...

Como a las persianas antiguas
me anudarán la nostalgia
con un cordel verde.

Y ya,
envejecido, inservible,
seré testigo silencioso
de los juegos de la calle.

Anónimo dijo...

LLegar a casa es una rutina...
Cansado, desganado, con el cerebro en lucha entre lo que falta por hacer y el convencimiento de que lo mejor es dejarlo otra vez para mañana...

7 segundos de sofá hasta que el remordimiento hace que te levantes... sabes que no harás nada, pero te sientes mejor por intentarlo.
Recuerdas que ayer sucedió lo mismo, y sabes que mañana será igual. Por suerte el hombre es capaz de acostumbrarse a todo, y hace tiempo que ha dejado de preocuparte la frecuencia del riego de tus ex-amados geranios.
Si no es hoy, será otro dia, no morirán por eso...
Y entonces sucede!
Sales al balcón, con aquella sensación creciente de que si ya era viejo cuando lo conociste, ahora tiene un dia mas.. y sin que se note en tu cara te apremias en asirte de la barandilla.
Y sientes como el óxido no perdona al metal, por duro que pretendiera ser, y sientes en las palmas de tus manos como fragmentos de negro envejecer intenta clavarse en ti, para robarte la juventud...
Y es en ese instante, cuando chocas tus manos al volver a entrar y expulsas de tu cuerpo aquel símbolo de abandono, cuando te das cuenta de que tu vida es tuya y los sueños aún no, y que el tiempo pasa sin respetar tu apatía...